Evitar la exposición a tóxicos

Wednesday, 24 April 2019 11:02
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Autores: Dr. Diego Márquez Medina y Dr. Ángel Artal Cortés | Servicio de Oncología Médica. Hospital Universitario Miguel Servet de Zaragoza.

 

El cáncer es un problema de salud de primer orden. Cada año se diagnostica un cuarto de millón de casos en nuestro país y fallecen por su causa unas cien mil personas. Pocos tienen como base anomalías genéticas hereditarias y la mayoría se deben a degeneraciones por el envejecimiento celular. Eso sí, tanto unos como otros están condicionados y potenciados por la exposición a tóxicos exógenos que originan, promueven o desarrollan el cáncer.

 

En este sentido, el tabaco y el alcohol son sustancias de consumo legal, ampliamente arraigadas en la sociedad pero asociadas al desarrollo de múltiples enfermedades. De hecho, todas las guías de prevención y promoción de la salud o de lucha contra el cáncer recomiendan la abstinencia o consumo moderado frente a ellos. En esto consiste la prevención primaria, en evitar el desarrollo de la enfermedad eliminando los factores que la producen y el impacto que generaría suprimir el consumo de alcohol y tabaco sería de primer orden en el manejo del cáncer. Baste citar al Código Europeo Contra el Cáncer, que en su revisión de 2014 incluye tres recomendaciones de prevención para el tabaco y el alcohol.

 

Figura 1. Código Europeo Contra el Cáncer 2014

 

 

1. Consumo de tabaco.
Se entiende por tabaquismo el consumo de derivados del tabaco (fumados, chupados, masticados o esnifados) y la adicción a la nicotina, un alcaloide psicoactivo que contienen. Este consumo llegó a Europa tras en el siglo XV y se transformó en una epidemia con la producción masiva de cigarrillos en la Revolución Industrial y su distribución a las tropas de la I Guerra Mundial. El tabaco desarrolla o empeora múltiples enfermedades cardiovasculares, respiratorias, degenerativas y tumorales y es considerado por la Organización Mundial de la Salud como la principal causa de muerte evitable en el mundo.

 

El cigarrillo es su forma más común de consumo y se vende legalmente en casi todo el mundo. Un tercio de la población mayor de 15 años fuma con un perfil que varía según el periodo y las áreas geográficas. En nuestro entorno, donde venta y consumo están limitados, el porcentaje de fumadores parece reducirse en varones y estancarse en mujeres tras el aumento que experimentaron décadas atrás. Destaca además que el 60-80% de los fumadores inicia su consumo en la adolescencia. Prevenir el tabaquismo en adolescentes y fomentar el abandono del hábito en los adultos es clave para frenar la epidemia.

 

La mitad de los fumadores muere por una causa relacionada con su consumo, reduciendo la expectativa de vida de dos a diez años dependiendo cuántos cigarrillos se fumen al día. Esto supone en España unas cincuenta mil muertes anuales debidas al tabaquismo. Más que las producidas por todos los accidentes de tráfico y el consumo de cualquier drogas ilegales junta.

 

Cualquier fórmula de utilización del tabaco es perjudicial aunque las inhaladas, incluyendo las de cigarrillo electrónico, son las más nocivas. Entre los numerosos tóxicos que incluye su humo se encuentran la nicotina, un alcaloide muy adictivo, monóxido de carbono, alquitrán, sulfatos, sustancias radioactivas, irritantes y múltiples carcinógenos, como las aminas y los hidrocarburos aromáticos.

 

Mención aparte requiere el tabaquismo pasivo por exposición a humo exhalado o no inhalado del cigarrillo, con mayor concentración de nitrosaminas y benzopirenos. Esta exposición se ha reducido por Ley en espacios públicos, pero debería limitarse también en los privados ya que cónyuges e hijos no fumadores se ven expuestos a los efectos nocivos del tabaco y al denominado “humo de tercera mano” procedente de colillas y restos que impregnan piel, ropa, muebles, cortinas, muros y superficies y resisten la limpieza y la ventilación.

 

El tabaco produce diversas enfermedades cardiovasculares, respiratorias, degenerativas y tumorales entre las que destacan: enfermedades pulmonares crónicas, asociadas más del 90% a su consumo; cardiovasculares (aterosclerosis, hipertensión arterial, cardiopatía isquémica, impotencia sexual), que responden con relativa rapidez al abandono del consumo y mejoran considerablemente o desaparecen si no se retoma; trastornos de la gestación (embarazo ectópico, parto pretérmino, riego de aborto, retraso inicial del desarrollo); diabetes mellitus; cataratas y degeneración macular; menopausia y osteoporosis; gastritis, úlcera y esofagitis; deterioro o envejecimiento de la piel.

 

A estos problemas debemos sumar que favorece el desarrollo de múltiples neoplasias. El tabaco es responsable del 20-30% de las muertes por cáncer y es su factor de riesgo modificable más importante. Entre los tumores asociados al tabaco destacan los cánceres de pulmón (de cualquier variedad), de cavidad oral, vías aerodigestivas superiores, vejiga y vías urinarias, páncreas, esófago, estómago, hígado, riñón, colon, recto, cuello uterino y algunas leucemias.

 

Las políticas anti-tabaco deben plantearse a largo plazo, evitando el inicio en el hábito, potenciando el abandono y dificultando la recaída. Como dijimos, el Código Europeo Contra el Cáncer de 2014 recoge en sus dos primeras recomendaciones “No fumar ni consumir ningún tipo de tabaco” y “Mantener su hogar libre de humo y apoyar las políticas libres de humo en los lugares de trabajo”. Es tan importante dificultar el inicio al consumo como favorecer la deshabituación. En este sentido y aunque la capacidad adictiva del tabaco y la tolerancia social lo dificultan, su abandono debería ser objetivo principal en las consultas médicas. No solo recomendándolo, sino facilitando métodos y materiales para conseguirlo. En la actualidad disponemos de múltiples consultas especializadas a las que acudir, así como terapias sustitutivas o de reducción de la dependencia que pueden ser de utilidad. A lo que hay que asociar, mejoras en los hábitos dietéticos, de actividad física y de salud que facilitan la deshabituación y reducen las posibilidades de recaída. No dude en consultar a su médico para ello.

 

2. Consumo de alcohol.
El Código Europeo Contra el Cáncer de 2014 recomienda limitar el consumo de alcohol de cualquier tipo o no consumirlo para prevenir el cáncer. El consumo generalizado de alcohol (no necesariamente alcoholismo) es frecuente en nuestro entorno y se asocia tanto a un deterioro en la salud como a un aumento en la mortalidad, siendo un factor de riesgo modificable tanto para prevenir como para mitigar enfermedades y mejorar el estado de salud de los pacientes.

 

Más de tres millones de personas mueren al año en el mundo por consumo de alcohol y se le ha relacionado con el desarrollo o empeoramiento de casi doscientas enfermedades psiquiátricas, neurológicas, digestivas (úlcera, cirrosis) y cardiovasculares como hipertensión, aterosclerosis y cardiopatía (si bien, una ingesta moderada pudiera tener cierto efecto protector), con un aumento de los accidentes y con el desarrollo de tumores.

 

El alcohol es un potente carcinógeno y produce, entre otros, cánceres de cabeza y cuello, esófago, hígado, colon, recto y mama femenina, potenciando muchas veces el efecto perjudicial del tabaco. En este sentido, cualquier cantidad de alcohol parece aumentar el riesgo de padecer cáncer, y lo hace proporcionalmente a la cantidad ingerida.

 

Por este motivo, las recomendaciones dietéticas deben incluir la abstinencia o un consumo muy moderado de alcohol, especialmente en pacientes con cáncer o que reciban tratamiento sistémico contra la enfermedad. No solo por evitar el desarrollo de otras enfermedades, sino por conservar la función renal, cardiovascular y hepática de cara al tratamiento.

 

Last Updated ( Wednesday, 24 April 2019 11:12 )  

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